En el norte de China hay una gran muralla, una muralla de miles de kilómetros que separa las grandes ciudades de las llanuras y los pastos que regentaban muchos pueblos nómadas, que vivían yendo de aquí para allá y que, por eso, eran especialmente hábiles con sus caballos y les tenían mucho aprecio, tanto, que los llegaban a considerar una gran fortuna o, incluso, la mayor fortuna de todas.
Sai Weng era un granjero que tenía la mejor yegua de la zona. Era una yegua fuerte, marrón con una crin impecable y ojos brillantes.
Fue igualmente al pueblo y la verdulera le pregunto:
- “¿Tienes a tu yegua enferma? ¡No te veo montando en ella!”
- “Esta mañana me he despertado y mi yegua no estaba. La cuerda con la que la ato, se había roto” – le contestó tranquilamente.
Pero Sai Weng no se veía triste, mantenía la cara tranquila y serena de siempre.
Pronto corrió la noticia y todos se apenaban por Sai Weng. “Pobre Sai Weng, lo tiene que estar pasando muy mal”, decían, “pero es muy fuerte y no lo demuestra”.
Finalmente el herrero se dirigó a Sai Weng y le comentó “Haces bien de sonreír, pero sabemos que tu corazón soporta una pena terrible, ya que perder a tu yegua es lo peor que te podía pasar”.
Sai Weng, amablemente, contestó: “¿Y quién puede decir si es una desgracia o un golpe de buena suerte?”
La verdad, es que Sai Weng tuvo razón. Un mes después que su yegua partiera, se oyeron unos golpes en su puerta. Al abrirla, se encontró Sai Weng con su yegua, sana y salva. Pero además no había venido sola. Un caballo blanco de porte majestuoso se había unido a ella.
Ahora Sai Weng era la envidia del pueblo. Ahora no sólo tenía uno, si no dos magníficos
caballos. En el pueblo, el herrero le dijo “Mira Sai Weng que estábamos todos apenados por ti, ¡y resultó que eras el hombre más afortunado de la tierra!”.
Sai Weng, calmado, le contestó de igual manera: “¿Y quién puede decir si esto es buena o mala suerte?”.
No tardó mucho en descubrirlo. Al llegar a casa se encontró que su hijo había intentado montar el caballo blanco y éste se había resistido, tirándolo al suelo y rompiéndole una pierna en la caída. Cuando vino el doctor, se lamentaba “Esto si que es mala suerte, pobre chico, tardará un tiempo en recuperarse”. Sai Weng, muy tranquilamente le contesto:
“¿Y quién puede decir que esto es buena o mala suerte?”
Efectivamente, no tardó mucho en tener Sai Weng otra vez razón. Una terrible noticia recorrió el pueblo. Había estallado la guerra y el reclutador del emperador venía a llevarse a todos los chicos en edad de luchar.
Y así lo hizo, reclutó a todos menos al hijo de Sai Weng, cuya pierna rota le libró de ir a la batalla.
Y ahora sí que era la auténtica envidia del pueblo. Le decían “Qué buena suerte has tenido. Tu hijo sobrevivirá y te cuidará cuando seas mayor”.
A lo que Seng Wei contestó: “¿Y quién puede decir si esto es buena o mala suerte?
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